¿Está matando el turismo a Venecia?

Cómo pueden coexistir los turistas y los venecianos en la ciudad más bella del mundo 

Siempre se ha dicho que todo sueño tiene un precio. Si esto es así, ¿qué haría falta para que Venecia volviera a ser una «ciudad normal»? La posibilidad de que Venecia sea una «ciudad normal» ¿puede considerarse un «sueño» alcanzable y realizable, quizá incluso un objetivo real y compartido en un futuro próximo y una meta para las próximas generaciones? O, en definitiva ¿ha emprendido esta ciudad, icono y modelo de construcción urbana y habitabilidad durante muchos siglos y hasta hace pocas décadas, el camino de un ocaso interminable?

Con el fin de aportar algunas respuestas medianamente plausibles, es necesario abordar las causas de este persistente estado de crisis en Venecia. A estas alturas todo el mundo, aunque con preocupaciones diferentes y a veces opuestas, lo identifica principalmente con la presencia abrumadora de turismo, con consecuencias muy graves y peligrosas para la vida cotidiana de la ciudad de los canales.

Todos los venecianos, salvo los que especulan con el creciente flujo de visitantes, son conscientes de que el fenómeno turístico está ya fuera de control y su intensificación cada temporada choca cada vez más con los residentes, que deben preocuparse de defender sus espacios de vida cotidiana. Hasta ahora, solo se ha impedido el tránsito a través de la ciudad de los grandes cruceros y esta medida ha puesto fin a una presencia impactante y engorrosa dentro de este delicado tejido vital.

Un crucero en la ciudad de Venecia.

Crucero en Venecia. Foto © Rinio Bruttomesso

Por lo tanto, es comprensible que muchos venecianos vivieran el periodo de confinamiento total de la ciudad a causa de la pandemia de la COVID-19 como un respiro, cuando no una liberación del turismo de masas. Las fotos de una ciudad vacía durante aquellas semanas, adquieren ciertamente un carácter «metafísico», pero para muchos también representan la realización de un sueño. Desde luego, en este caso el precio a pagar fue demasiado alto, pero el recuerdo de estos espacios desiertos y en completo silencio, incluso durante el día, permanecerán por siempre en la memoria de los venecianos.

En aquellos días, se pensaba y se comentaba que el trauma de la COVID-19 lo cambiaría todo, que esta tragedia nos dejaría al menos importantes lecciones y que los errores del pasado no se repetirían. Llegó a sugerirse que el turismo pospandemia en Venecia sería más sostenible y estaría más en consonancia con las necesidades de los residentes para crear un clima de coexistencia civilizada, si no de empatía, entre turistas y habitantes locales.

La ciudad de Venecia vacía.

Una Venecia vacía. Foto © Rinio Bruttomesso

En cambio, lo que presenciamos hoy en día es una carrera de los turoperadores para hacer olvidar ese mal recuerdo, una pesadilla que hay que dejar atrás rápidamente, batiendo cada mes los récords económicos previos a la pandemia de la «máquina de hacer dinero» en que se han convertido Venecia y sus canales, que debe ser explotada de todas las maneras posibles.

Por lo tanto, las preguntas que permanecen sin respuesta son: ¿Sigue siendo posible compatibilizar el turismo con la vida cotidiana en una ciudad como Venecia? Si es así, ¿en qué condiciones?

Los márgenes para una respuesta afirmativa son cada vez más estrechos, pero creo que es posible con ciertas limitaciones. Se han presentado numerosas propuestas, algunas de las cuales siguen siendo estudiadas y examinadas en profundidad.

Vista de Venecia

Venecia como una ciudad «normal» sobre el agua. Foto © Rinio Bruttomesso

En mi opinión, y ahora más que nunca, deben darse tres condiciones ineludibles.

La primera es de naturaleza cuantitativa, y va referida a la necesidad de definir un límite a la cantidad de visitantes diarios que pueden acceder a la ciudad. Sus reducidas dimensiones y densa configuración urbana no permiten absorber más allá de un determinado número de personas, que ya ha sido calculado y propuesto. Esto lograría que el impacto de la presencia de turistas sobre el centro histórico de Venecia fuera menos grave y problemático.

La segunda condición, de carácter económica, permitiría a los ciudadanos de Venecia evitar el pago de impuestos por los costes crecientes de los servicios públicos derivados del crecimiento incontrolado de las llegadas a la ciudad, en especial el transporte y la limpieza urbana. En otras palabras, el evidente y pujante beneficio económico del turismo no acabaría únicamente en el bolsillo de los turoperadores nacionales e internacionales. Parece justo que contribuya a cubrir los costes de aquellos servicios urbanos de los que también disfrutan los visitantes, a menudo en detrimento de los habitantes de la ciudad.

Por último, la tercera condición se refiere al comportamiento de los visitantes de Venecia. Cada vez más a menudo, las formas de visitar y utilizar la ciudad por parte de los turistas chocan con lo que deberían ser normas estándar de convivencia civil, especialmente en una ciudad tan frágil y compleja como Venecia.

En definitiva, los organizadores de viajes turísticos deben ser más claros y decididos al informar a sus usuarios sobre la necesidad de moverse por la ciudad respetando ciertas normas de sentido común y de consideración a los residentes. Esto puede contribuir decisivamente a que el turismo vuelva a ser un fenómeno que potencie y enriquezca la ciudad de los canales, como lo era hasta hace unas décadas, y a que Venecia vuelva a ser una ciudad «normal» sobre el agua.

Imagen Principal: Panorama di Venezia, Giovanni Biasin, 1887. Foto © Rinio Bruttomesso